27 de mayo de 2016

Sunken Cities: Egypt's Lost Worlds (British Museum, London, May 2016)

Cuando en 1884 el británico Flinders Petrie descubrió la ciudad de Naucratis, halló el centro de confluencia entre dos civilizaciones antagónicas: la griega y la egipcia. Naucratis -literalmente, “la que gobierna barcos”- se encuentra en el Delta del Nilo y era el único puerto comercial de Egipto, antes regentado por mercenarios, y entregada por los faraones en el siglo VII a.C. a una confederación de ciudades jónicas (Mileto, Corinto y Egina), que hicieron de la ciudad un hervidero internacional en el que las diversas comunidades griegas levantaron numerosos templos, el mayor de los cuales, el Helenion (desaparecido hasta el momento), sirvió en la ciudad como santuario, foro de asambleas y fortaleza. Durante aquella campaña, Petrie desarrolló la estratificación, innovación determinante en las técnicas arqueológicas. Más de un siglo después, la relevancia de la ciudad colonial ha sufrido un vuelco tras los nuevos descubrimientos del Museo Británico, que opera en la zona desde hace dos décadas, junto con Frank Goddio, presidente del Instituto Europeo de Arqueología Submarina. No pararon de explorar los fondos marinos ni con la revolución del país en 2011, y ahora podemos presenciar la primera exposición en la que el Museo Británico explora esta disciplina arqueológica. La muestra, centrada en las ciudades de Thonis-Heracleion, Canopus y Naucratis, se inauguró el 19 de mayo de 2016 (abierta hasta el 27 de noviembre), con préstamos que rara vez pueden verse fuera de Egipto.
Naucratis no era un sitio de 30 hectáreas como pensaba Petrie, sino de más de 60. “Los restos de los barcos hallados demuestran que el Nilo era navegable hasta este lugar”, explica el comisario de la muestra Ross. “Naucratis es el Hong-Kong de su época”, en referencia a la ambiciosa red comercial internacional que se tejió en este rincón del planeta. “Antes se creía que los barcos se detenían en la costa, en el mar Mediterráneo y descargaban. Ahora podemos asegurar que se adentraban en Egipto”, añade. Los expertos pintan una ciudad configurada por altas casas, con alturas de tres a seis plantas. “Debemos imaginar un Manhattan de adobe, pobladas de casas altas y grandes santuarios, propio de una ciudad cosmopolita”, ha dicho Thomas, que estima una población de 16.000 personas. Como buen cruce de caminos, la ciudad era conocida por sus prostitutas de lujo y entre ellas la más destacable, la más poderosa y rica de toda la población, fue Rodopis, esclava (junto con Esopo), prostituta y cortesana, que terminó amasando tal fortuna que la leyenda cuenta que su tumba estaba junto a la cámara principal de la pirámide de Micerino. Rodopis -cara de rosa- se casó con Kháraxos, hermano de Safo de Lesbos, y se separaron, momento en que ella pudo establecer su negocio con libertad puesto que ya se había casado. La poetisa griega utilizó su don para dejar constancia del odio y los celos a Rodopis, a quien llama“oscura perra”:
“Doradas Nereidas/ haced que mi hermano/ regrese aquí, indemne./ Que todo cuando/ su alma desea/ se realice,/ menos este proyecto./ Que sea el goce de sus partidarios/ que sea el quebranto de sus adversarios/ que no sea para nosotros/ motivo de ignominia/ y que participemos siempre/ de sus honores./ Que olvide mis furores/ y las duras palabras de reproche/ con las que abatí su deseo,/ más duras para mí de pronunciar/ que para él oírlas./ Que regrese, y en medio del contento/ de sus conciudadanos,/ familiares y amigos,/ que se olvide de la que nada vale./ Si en verdad desea hallar compañera/ haced que ésta, sea digna de su lecho./ ¡Y tú, oscura perra!/ Consíguete otra presa/ arrastrando tu hocico/ por la sucia tierra/ del bajo Egipto...”
El mundo griego y el egipcio entraron en contacto, dando Heródoto testimonio de la fructífera conexión: “Era el único puerto comercial de Egipto. No había ningún otro. Y si alguien arribaba a otra boca cualquiera del Nilo, debía jurar que no había llegado intencionadamente y, tras el juramento, zarpar con su nave rumbo a la boca Canóbica o bien -en caso de que, por la existencia de vientos contrarios, no pudiera hacerse a la vela- tenía que trasportar su cargamento en baris, atravesando el delta, hasta llegar a Naucratis. Tal era, en suma, la prerrogativa de Naucratis”. Entre los hallazgos figura la decoración de las naves griegas dedicadas a un “festival de la embriaguez”. Han encontrado, además, más de 10.000 objetos antiguos en el sitio. La cerámica griega más antigua hallada en Naucratis se remonta al 630 a.C., confirmando el inicio del asentamiento en el reinado de Psamético I. Además del placer, los griegos estaban interesados en el grano, los papiros y los perfumes. Chipriotas y fenicios preferían la plata, el vino y el aceite. De ahí que hayan encontrado ánforas de los siglos V y IV a.C. para las fiestas egipcias relacionadas con la inundación del Nilo, las famosas “fiestas de la embriaguez”. El privilegio de paso lo mantuvo Naucratis hasta la invasión de los persas. Con la fundación de Alejandría, en el año 331 a.C., Alejandro Magno entierra en el olvido este vibrante lugar de encuentro entre griegos y egipcios.

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